La filosofía ha tratado de explicar, desde hace siglos, por qué existe un juego tan perfecto como el ajedrez. Más precisamente, lo que se busca establecer es cuáles han sido los motivos que impulsaron al hombre a crear este juego.
Lo primero que debe recordarse, es que el ajedrez proviene de Oriente. Lo más probable es que los hindúes le hayan dado su forma definitiva, a partir de un esbozo de origen chino. Ciertas características del pensamiento y de la cultura oriental, pues, han sido invocadas para justificar la invención del ajedrez.
Así, se ha señalado que, en la cosmogonía china, la Tierra era representada por un cuadrado, y el espacio se concebía como una serie de cuadrados yuxtapuestos. El tablero del juego de ajedrez, responde con exactitud a estos conceptos.
El número cuatro, por otra parte, que da su nombre al cuadrado, también ha servido para bautizar al juego. En efecto, “ajedrez” deriva del sánscrito “chaturanga”, y quiere decir “cuatro fuerzas”. Se refiere a las fuerzas que componen el ejército, o sea, los elefantes o alfiles; los caballos; las torres o carros de asalto; y la infantería o peones.
El valor simbólico del cuatro es muy importante en todo el pensamiento antiguo, no solamente en Oriente sino también en Grecia, cuna de la filosofía occidental. Los elementos primordiales son cuatro: agua, tierra, aire y fuego; las estaciones del año son cuatro; también son cuatro las edades de la vida humana; cuatro los puntos cardinales, etc.
Cuadrado y círculo perfecto
La figura del cuadrado, que Platón consideraba perfecta, al igual que el círculo, tiene un carácter estético, sugiere orden y equilibrio. El célebre sicoanalista suizo Carl Jung sostiene además que el modelo cuaternario significa lo intelectual y racionalista, y tales rasgos son propios del juego de ajedrez.Si el tablero es, de alguna manera, un símbolo de la tierra misma, las piezas representan la humanidad. El hombre de la antigüedad pensaba que nuestro planeta era como un tablero y que Dios jugaba con los hombres, reducidos a meros trebejos en sus manos. Según esta imagen, que niega la libertad humana y pone todo destino a merced de la voluntad de Dios, un ser superior determina nuestros actos. El hombre habría inventado el ajedrez para imitar a Dios, para trazar el destino de las piezas, para olvidar su propia esclavitud y ejercer una ficticia omnipotencia.
Esta fascinante idea fue expuesta ya en el siglo XII, por el poeta persa Omar Jayam. El argentino Jorge Luis Borges ha reelaborado dos sonetos sobre el tema, donde dice, refiriéndose a las piezas:
“No saben que la mano señalada /Del jugador gobierna su destino”; y, enseguida, agrega: “También el jugador es prisionero/(la sentencia es de Omar) de otro tablero/ De negras noches y blancos días. /Dios mueve el jugador, y éste, las piezas”/ Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?.
Asombroso juego, el ajedrez, que puede provocar tan profundas reflexiones.
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