jueves, 16 de junio de 2011

El ajedrez, una manifestación de la cultura


Marx Chagall
La práctica competitiva del juego de ajedrez, puede conducir a un extremo indeseable: Cuando un jugador cree que el ajedrez es todo en la vida, y sólo busca conseguir victorias, desvirtúa en realidad la esencia misma del juego. Las grandes partidas de ajedrez son inmortales por su belleza y no porque las haya ganado tal o cual maestro.
En la historia de los grandes del tablero, incluidos por supuesto los campeones mundiales, hay solamente dos  ejemplos de pasión obsesiva por el ajedrez: Alejandro Alekhine y Robert Fischer.
Ninguno de los dos fue precisamente un hombre ejemplar. (Pero los amo a los dos).
El ajedrez es una manifestación de la cultura, pero no es toda la cultura. por eso, la gran mayoría de los ajedrecistas cultiva también otra disciplina del intelecto, y los mejores maestros son aficionados aun conocedores de las diversas artes.
En su hermosa autobiografía, Eduardo Lasker cuenta que conoció a Ossip Bernstein, un excelente ajedrecista ruso, cuando ambos estudiaban en Berlín. Y evoca las tardes en que asistían juntos a los conciertos de la Filarmónica, sentado en el piso de los pasillos, curioso privilegio de que gozaban los jóvenes universitarios.
Precisamente con relación a Bernstein, Lasker señala que el maestro ruso se había recibido de abogado y que había tenido la sensatez de alejarse por un tiempo de las competencias ajedrecísticas, para dedicarse a otros aspectos de la cultura. Y Lasker agrega, textualmente, esta aguda observación: "Por desgracia, muchos jugadores de torneo parecen no haberse dado cuenta de que el ajedrez no es lo único que distingue al hombre de los animales".
Bernstein, además de abogado, ajedrecista y melómano,  hablaba con fluidez varios idiomas y se casó con una historiadora del arte, circunstancia que lo acercó también a la pintura. El azar hizo que fuera protagonista de una conmovedora situación, que fue revelada por el maestro norteamericano Arnold Denker.
En París, donde residía al comenzar la segunda guerra mundial, Bernstein había conocido a su compatriota Marx Chagall, uno de los genios de la pintura contemporánea. En 1940, cuando los nazis ocuparon Francia, Chagall decidió esconderse, ya que era judio y su arte había sido declarado "decadente" por los criminales que gobernaban a Alemania. Chagall dejó al matrimonio Bernstein las llaves de su departamento, y el ajedrecista y su mujer, con grave riesgo para su propia vida, fueron sacando todos los cuadros del artista y los pusieron en lugar seguro.
Finalizada la guerra, Chagall regresó a París, creyendo que sus telas habrían sido quemadas por los nazis. Cuando supo lo que había hecho Berntein, su emoción lo desbordó. Y, en prueba de gratitud, pintó una hermosa escena pastoral, sobrevolada protectoramente por un ángel con el rostro de la señora Bernstein.
Haber salvado para la posterioridad las obras de otro gran artista, acaso sea la partida más brillante del maestro Bernstein.

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