El ajedrez no participa de las tradicionales olimpíadas, por dos motivos funamentales: uno poco serio y el otro un poco más atendible. Pero veamos primero un poco de historia.
Entre Macedonia y Tesalia, en Grecia, se levanta un cerro de más de 2900 metros de altura: Es el monte Olimpo.
Según las creencias religiosas de los antiguos griegos, el Olimpo era el domicilio de los dioses. Y, en su homenaje, resolvieron disputar periódicamente competencias atléticas, a las que el pueblo era muy aficionado.
Así nacieron los juegos olímpicos, u olimpíadas, que duraban 7 días y se realizaban entre fines de julio y comienzos de setiembre, en la ciudad de Olimpia.
Los juegos se celebraban cada cuatro años y la primera edición tuvo lugar en el 776 antes de Cristo. Participaban representantes de todas las ciudades griegas, cada una de las cuales era un Estado, como Atenas, Esparta, Corinto, etc.
En aquellos remotos tiempos, desde luego, los atletas eran todos aficionados y el premio consistía solamente en una simbólica corona de olivo. Debe señalarse que esta planta, además de ofrecer exquisitas aceitunas, era símbolo de la paz. Y, precisamente, los juegos perseguían una finalidad muy elevada, cual es la de promover la amistad entre las naciones.
Triunfar en las olimpíadas proporcionaba, de todos modos, recompensas materiales a los atletas, ya que su respectiva ciudad los colmaba de valiosos obsequios. Y los poetas les dedicaban composiciones laudatorias, que eran el medio de hacerse famoso, en una época en que no había diarios ni televisión.
La tradición olímpica fue rescatada en el siglo XX, luego de la primera guerra mundial, por el francés Pierre de Coubertin y en la actualidad se continúa organizando los juegos. Las disciplinas atléticas se han multiplicado, agregándoseles además los modernos deportes; y aunque se proclama el "amateurismo" hay un profesionalismo encubierto que desvirtúa la idea original. Por si ello fuera poco, los gobiernos han convertido el éxito deportivo en materia de propaganda política.
El ajedrez no integra las disciplinas olímpicas, por dos motivos: Uno, realmente poco serio, es su carácter de deporte profesional o, al menos semiprofesional. Se castiga así la sinceridad imperante en nuestro juego, que no disimula los premios en dinero efectivo, comunes en todos los torneos de alguna importancia. El otro motivo sí es atendible: El ajedrez no es una disciplina precisamente atlética, y muchos discuten si es realmente un deporte.
Desde 1927, pues, los juegos olímpicos ajedrecísticos se desarrollan completamente al margen de las olimpíadas propiamente dichas. Se trata, en rigor, de un campeonato mundial por equipos, aunque comparte con las olimpíadas el propósito de alentar la fraternidad universal, como lo sostiene el propio lema de la Federación Internacional de Ajedrez: "Gens una sumus" ("Somos una familia")
Oficialmente, no hay premios en efectivo en los juegos olímpicos ajedrecísticos: Se distribuyen medallas de oro, plata y bronce, lo mismo que en las competencias atléticas.
Hasta mediados de la década del 80 del siglo pasado, nuestras olimpíadas se jugaban cada dos años, y ahora se concretan cada cuatro, como en la antigua Grecia, no por respeto a la tradición sino por muy concretas razones económicas.
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