Luego de razonar en relación al esfuerzo que exige conseguir la originalidad, Kasparov, en “Cómo la vida imita al ajedrez”, se mete de lleno en el tema de la innovación ó, como lo conocemos los ajedrecistas de la novedad teórica. De paso, reitero que a nadie le debe faltar este libro en su biblioteca.
¿Quién no soñó alguna vez con asombrar a un rival superior con una jugada que le diera el punto por su sorpresa?
El ajedrez es muy heterogéneo, diverso, sugestivo y complicado como para dogmatizar sobre las excepciones y la regla en los movimientos.
Kasparov resuelve este tema de una manera que, a mi, me pareció muy original.
Dice: “Cómo una ciudad, el ajedrez tiene sus avenidas principales y sus calles secundarias. Aún queda mucho campo para la originalidad en los caminos vírgenes, que también son los más arriesgados. ¿Qué escogemos, la seguridad de la calle Mayor o la incertidumbre de los callejones?", se pregunta.
Después de recorrer distintas posibilidades de cómo tratar de aprovechar el valor de la sorpresa en el tablero de ajedrez y compararla con el campo de batalla, “El Aguila de Bakú” da su opinión al respecto, coincidiendo con la de Robert “Bobby” Fischer cuando dijo: “Yo no creo en la psicología, yo creo en los buenos movimientos”.
En este sentido Kasparov afirma que “Nunca ha sido partidario de esconder mis emociones frente al tablero de ajedrez y, si se me ocurría una novedad interesante, no me importaba que mi rival lo supiera. Si era un movimiento bueno, el saberlo no podría ayudarlo”.
Una visión de la psicología frente al tablero que muchos jugadores tendrían que imitar, así nos evitaríamos en algunos torneos de ajedrez las ridículas puestas en escena que, algunas veces, lo único que consiguen es perjudicar a quien la implementa.
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