Hoy la primer entrega, mañana la segunda parte.
Si el Cielo existe como paradigma de felicidad eterna, allí está instalado desde que nos dijo adiós. Por el contrario, si el Cielo como tal no existe, habremos de inventarlo para que allí descanse como se merece Erich Eliskases, maestro de maestros, ese auténtico caballero del ajedrez que viene recordando Raúl Grosso en sucesivas notas en este blog dedicado al milenario juego.
Su sabiduría universal abarcaba mucho más allá del ajedrez, su pasión de toda la vida. El destino le había preparado un derrotero pleno de asechanzas. Las sorteo con un espíritu inquebrantable y una profunda fe en sus convicciones. Para nada es exagerado afirmar que sus conocimientos ajedrecísticos y su talento natural jerarquizaron el juego alcanzando los privilegiados espacios del arte y de la ciencia que solo pueden descubrir los elegidos como él. Si el conocimiento nos lleva hacia la libertad, pues era Eliskases un hombre auténticamente libre.
Impecablemente vestido de pulcro traje y corbata, educado y humilde, afable y de bajo perfil, se lo podía ver en cualquier esquina de Córdoba, transmitiendo paz y tranquilidad con una media sonrisa casi permanente, sin que nadie pudiera imaginar las vicisitudes que debió atravesar en su vida. Para puntualizar la más traumática, el desarraigo obligado de su terruño tirolés por el terrible flagelo de la segunda guerra mundial. Si se permite la figura literaria, el Caballero del ajedrez Eliskases debió reinventarse para subsistir dignamente.
Ya se ha dicho que dominaba varios idiomas, pero es casi imposible explicar con palabras su particular acento cuando hablada en castellano, casi a la perfección, pero “mordiendo” las sílabas con un énfasis inigualable. Escucharlo resultaba fascinante, no solo por los conocimientos que transmitía, sino porque solía aflorar en su decir una fina ironía que jamás ofendía, por el contrario, despertaba una espontanea sonrisa cómplice.
Tuve la gran fortuna de compartir con él y Héctor Luis, el “avión” González (el dirigente más importante del ajedrez de Córdoba en el siglo pasado) algunos viajes hacia el interior cordobés donde el maestro ofrecía simultáneas con su caracterizada generosidad de docente de alma. Manteníamos en el trayecto –a veces por caminos de tierra que tornaba muy lento el andar del automóvil– conversaciones muy placenteras y aleccionadoras sobre temas sociales, políticos, históricos, periodísticos y, por cierto, sobre ajedrez, porque otra de las grandes virtudes de Eliskases era saber escuchar y, así, como su interlocutor, uno se sentía mucho más importante de lo que realmente era.
En una de esas oportunidades, a poco de llegar a una pequeña localidad serrana cuyo nombre no viene al caso, se desencadenó una típica tormenta de verano que allí nos dejo aislados, por la inundación. A la hora de las simultaneas de ajedrez, en el principal club de la región, había apenas cuatro o cinco aficionados para las simultaneas, cuando habitualmente los participantes no bajaban de veinte o treinta. Obviamente el mal tiempo reinante justificaba a los ausentes forzados. Pero González, además de volar, “caminaba por las paredes” porque la velada corría riesgos ciertos de transformarse en un auténtico fiasco. Allí fue que me dijo “Picho querido, haceme el gran favor, sentate a jugar la simultanea para hacer número”. Eliskases se impuso rápidamente a los jugadores locales y se enfrascó en nuestra partida que había seguido los derroteros de una apertura Española, variante del cambio. Por cierto, si bien después del medio juego el material era igual, él tenía clara ventaja de espacio. Yo sabía que, inexorablemente, el maestro acabaría por encontrar el camino al triunfo. Sin embargo, cuando el juego se encaminaba a un final de torres y peones, Eliskases, después de efectuar su movimiento me dijo en voz apenas audible: “Si…si…señor periodista, como usted ya sabe y yo lo se por nuestras interesantes conversaciones cotidianas, generalmente los finales de torres en el ajedrez son muy complicados, hay que pensar mucho y frecuentemente derivan en tablas…si señor”. Y con una cómplice sonrisa me extendió la mano para compartir el punto. No hace falta aclarar que así Eliskases mostraba otras de sus positivas facetas humanas y me distinguía en la amistad, más allá de la sideral diferencia en la capacidad de cada uno frente al tablero de ajedrez, aun en simultáneas.
(*) Periodista, escritor y MI (ICCF)
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