Por Juan Antonio Castro Torres (*)
Frecuentemente cuando nos atrapa un buen libro, así sea de ajedrez o de cualquier otro género, leemos con fruición en rápido camino para develar el final. La impaciencia nos guía, la velocidad nos impide admirar con detenimiento el paisaje propuesto. Luego, lo retomamos para una segunda lectura que nos lleva a comprender el “mensaje” del autor y permite reflexionar sobre otras cuestiones, más profundas o, simplemente, nos deleita con sabias metáforas y sonreímos por astutas ironías que enriquecen nuestro espíritu. Es, casi, como el pan de la vida.
En el juego de ajedrez, en términos ideales, deberíamos observar la misma conducta. No hay mayor frustración que jugar impulsivamente con las manos haciendo caso omiso al pensamiento racional. La idea se fortalece, complementándola, con aquella sabia premisa que nos habla de desconfiar de las “jugadas naturales”. Por cierto, hay momentos de la partida de ajedrez que la respuesta es obvia, como cuando se produce una captura y la recaptura es obligada sin remedio. Debemos ejercitar la segunda lectura (mirada global de todo el tablero y las distintas opciones de la posición dada) en momentos claves del juego. Se trata simplemente de distinguir lo urgente de lo importante. Siempre que el tiempo no nos agobie, la cuestión central exige tomar distancia y mirar el tablero de ajedrez bajo otra perspectiva, la del pensamiento racional que requiere concentración, conocimiento técnico, razonamiento lógico y frialdad de procedimientos, aunque el corazón galope a mil. Esa segunda lectura debe ser coherente con nuestro plan y, si resulta posible, encontrar la continuación que más desagrade a nuestro rival. La segunda lectura es aquella que nos lleva a la jugada de ajedrez que defiende y también ataca, simultáneamente, que limita al oponente, que lo obliga a salir de los cánones naturales, que lo distrae. Esta segunda lectura aparece naturalmente cuando logramos dominar el instinto animal de capturar la presa a cualquier precio.
Quienes ya practican habitualmente esta segunda lectura, son los que marchan por la senda hacia el magisterio. Descubren cuándo la excepción justifica la regla. Marchan hacia la verdad ajedrecística. Son quienes al encontrar las mejores respuestas, las más profundas, están muy cerca del arte que transforma a una partida de ajedrez en una bella creación estética. Se trata de esos jugadores elegidos por Caissa (Diosa del Ajedrez) que, en el momento menos esperado, los ilumina con una tercera lectura, la que, inexorablemente, los llevará a la victoria.
(*) Periodista, escritor y MI (ICCF).
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