sábado, 16 de julio de 2011

“Al pan, pan y al ajedrez, ¿tie-break?”

La dama dio jaque doble


Continuamos con la segunda parte del cuento del periodista y maestro internacional de ICCF, Juan Antonio Castro Torres.  (ver primera parte el 14/7/11)


Al momento del otro premio fue la cuestión. Cuándo apareció Leonor, la reina de la Fiesta del Trigo hubo una pandemia de suspiros de admiración, cuellos contracturados por la tortícolis y parpadeantes miradas libidinosas. Ambos campeones, tensos como pocas veces, recibieron lo suyo y mucho más de lo esperado, a cargo de esta jovencita, mucha mujer, físicamente hablando, que se había quedado con el cetro, no por el voto del político de moda invitado a integrar el jurado de selección, sino por su belleza incomparable. 
Para no divagar más: por esas cuestiones profundamente misteriosas de las endorfinas liberadas que revolucionan la sangre joven, la atracción resultó fulminante y no paró jamás. 
Leonor, Raúl y Guillermo se fueron a vivir juntos. Bien organizados para las íntimas cuestiones: los lunes, miércoles y viernes, eran para Raúl y Leonor; los martes, jueves y sábados, para Guillermo y Leonor. En tanto, los domingos, platónicamente, distendidos, Leonor, Guillermo y Raúl, marchaban por derroteros coloridos del ocio creativo o a la competencia ajedrecística que invariablemente mostraba a ambos varones al tope de las posiciones, temible sociedad para el resto del mosaico ajedrecístico nacional. 
Hasta que se dieron cuenta de que se habían enamorado. Entiéndase bien para no caer en el peor de los equívocos por tan estrecha relación poco convencional. Raúl se había enamorado de Leonor, perdidamente y perdidamente se había enamorado Guillermo de Leonor. Y Leonor, vaya incordio, estaba perdidamente enamorada de los dos. 
Como personas sensatas y creyentes que eran, los tres imploraron a Caissa  para que les resolviera el intríngulis. Pero la diosa no se ocupaba, les hizo saber, de cosas minúsculas, terrenas, sino de mantener viva por siglos y siglos la llama eterna del juego ciencia, por lo que ignoró supinamente la imploración a su añeja sabiduría. Dejaron los tres el altar para tropezar en el acto con la razón pura, a puro Kafka. Debería ser Leonor quien resolviera el intríngulis, eligiendo a quien mejor le cuadrara como mujer. Fracaso estrepitoso. Después de una profunda y no menos dolorosa introspección la otrora coronada como noble reina del Trigo no pudo distinguir entre el pan de uno y el pan del otro, ni desde la razón ni desde el corazón. Ambos la colmaban. Pero si bien no pudo resolver por sí el futuro de los tres, ofreció la alternativa. Debería ser lo que los unió, aquello que los separe: el ajedrez. A dos partidas sería la puja. El ganador se llevaría el premio mayor: Leonor. Mujer de uno y amante del otro, y viceversa, que se mostró confusa pero conforme porque de ella había sido la propuesta, cuasi desgarradora por su presunto resultado que, inexorablemente, algo restaría, alguien quedaría, herido, en el camino. 
En verdad, como testigos necesarios, albaceas del absurdo, hay que decir que fue un combate sin tregua, fragoroso y trémolo. Todo el talento, el conocimiento y la imaginación sobre el tablero, cruzado por la tormenta sentimental, con rayos y centellas iluminando las piezas vivas en las manos expertas de Raúl y Guillermo. (En la próxima entrega el final de esta historia).

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