Ajedrez y evolución del hombre ad eternun
(Primera nota) Por Juan Antonio Castro Torres (*)
El ajedrez es como la mejor bodega del universo y sus planetas aledaños. Sus toneles y cubas de fina madera y gruesas bridas de acero son infinitas, incontables, milenarias, y atesoran las mejores bebidas escanciadas y por escanciar. Creada y renovada ad eternum por la diosa del ajedrez: Caissa, está allí toda la mejor historia de la evolución del hombre en el esplendor del pensamiento abstracto, Baco incluido. Vinos de mesa, pateros, finos oportos portugueses, champagne francés, varietales argentinos, coñac añejado por siglos, whisky de lo más profundo de las cruzadas escocesas, encontraremos según el gusto y el deleite de cada uno de los mortales que tratan de tu o de usted a este juego del ajedrez, que sigue y sigue como la sombra sigue al hombre. De cada tonel, un cuerpo casi perfecto, colores primarios, perfume diferente para todos los paladares, tácticos o posicionales, románticos o eclécticos. Está el vino de mesa tan popular que bebe aquel que a la tercera jugada de su partida más importante de ajedrez tira un jaque “por las dudas de que sea mate” o el licor para paladares exquisitos que sueñan con su propia “Siempreviva”, al estilo genial de Anderssen cuando lo dejó patitieso a Dufresne al promediar el siglo diecinueve. ¿Qué no son dos, las bodegas? A poco andar, por infinita, pese a que la descubrimos hace siglos, encontramos que no es una, sino son dos (¿tal vez más?) las bodegas de la diosa del ajedrez, para que nadie quede afuera de la humana embriaguez del conocimiento sobre el tablero escaqueado. Son muchos quienes las conocen, y no por bebedores, en sus laberintos más profundos. Podrán discutir con igual razón cual es la que interpreta mejor la gran sinfonía del misterioso juego, pero todos saben que en ambas reside la verdad del ajedrez más profunda, diversa y, por artística, desmesuradamente bella. La más conocida, por cierto, es aquella donde los catadores de Caissa se encuentran frente a frente, descorchando diagonales con los astutos alfiles y columnas abiertas con las pesadas torres, a suerte y verdad y sin otros atributos que el conocimiento almacenado en su propia cabecita, constreñidos a jugar ajedrez en un espacio de tiempo limitado por un aleatorio reloj, con guillotina incluida. No hay duda, es la más deportiva que ha trascendido culturalmente hasta nuestros tiempos. Pero ahora nos abocaremos a la otra, la que practican aquellos que, por distintos motivos, se enamoraron del juego de ajedrez por carta y no lo abandonaron jamás. (en la próxima nota: La batalla del ajedrez a distancia) (*)Periodista, escritor y MI (ICCF)
1 comentario:
Gracias por su aporte querido Juan Antonio Castro Torres!!
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