Por Juan Antonio Castro Torres (*)
(A la memoria de Héctor Luis González a quien el ajedrez de Córdoba todavía le está debiendo el gran homenaje que se merece)
Nota de Ajedrez con Fundamentos: Para quienes no lo conocieron, haría falta más de un libro para resaltar la polifacética personalidad del "Avión" González y, quizás, algún día, alguien se anime a esta descomunal tarea.
Nota de Ajedrez con Fundamentos: Para quienes no lo conocieron, haría falta más de un libro para resaltar la polifacética personalidad del "Avión" González y, quizás, algún día, alguien se anime a esta descomunal tarea.
“Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. De la primera no estoy muy seguro”.
Albert Einstein dejó sentencias admirables como esta que nos sirve de introducción, además de la teoría de la relatividad donde demostró matemáticamente que había que agregar a las tres dimensiones del espacio físico el concepto de tiempo.
Y lo traemos al monólogo porque, desde dos vertientes distintas, mucho tiene que ver con nuestro juego milenario. Por un lado, los principios físicos, matemáticos y de tiempo, presentes en distintas dimensiones, de los que se nutre el ajedrez para mutar permanentemente en aquella relatividad que tan bien describía el sabio alemán que le puso un toque de humanidad genial al siglo pasado.
Y por otro, la convicción –si quiere llamarla utopía le concedo la derecha – de que este “pasatiempo” de maderitas y tablero escaqueado alcanza y mucho en la batalla para erradicar la estupidez humana de la faz de la tierra.
Y el término batalla lo escojo ex profeso, porque el origen del ajedrez se remonta a aquellos viejos tiempos donde todo se resolvía con la movida guerrera y cuando estas no se organizaban con alguna regularidad como los calendarios deportivos, los monarcas se aburrían horrores y se desbarrancaban con tropelías sin cuento.
¿Qué pasaría en este mundo de hoy, subvertido, todo patas para arriba por obra y gracia del gentilhombre, si los grandes conflictos ideológicos, de poder, comerciales, globalizadores, raciales, étnicos o como se los rotule so pretexto de someter al otro, se dirimieran sobre un tablero de ajedrez. Escenario superior donde el triunfo honre al más inteligente, al más astuto, al más reflexivo, al más paciente, al más imaginativo, al más artista, al que mejor calcule, al más técnico?
En el proscenio, los espadachines a caballo, desenfundando alfiles y lances por doquier. Tic tac, tic tac, el corazón y el reloj. Balas de plata o espejitos de colores, ronda a ronda, con blancas y de negras. Con indias o sicilianas, francesas o españolas. De inglesas, por prudencia, no hablemos. En la platea selecta, la humanidad.
Por cierto, seamos sinceros, vamos a coincidir que no vemos en la “fotografía” a Bin Laden jaqueando a George Bush o al imán de Irán, donde el ajedrez solo se juega en las catacumbas.
En todo caso, esas dudas justifican aún más la teoría de la cruzada propuesta contra la estupidez humana vía el ajedrez. Pero, en verdad, no hay que perder las esperanzas. Porque sabemos quienes deliramos febrilmente en este mundo de Caissa que hasta el más bruto y belicoso puede divertirse sanamente apenas con los rudimentos del juego.
Juego que millones y millones hemos vivido por sobre las barreras idiomáticas, que intuimos polifacético, superficial y profundo, concreto y abstracto, infinitamente generoso y apasionante tanto para aficionados como para entendidos.
Ni hablar si al amo del planeta le prende esta sinfonía de casillas de distintos colores, de peones que se coronan como en un misterio teologal. Si se suma a las huestes del ataque con enroque largo y se olvida de la gesta imperialista y genocida, abstraído en una combinación de 20 jugadas que llevan al mate inexorablemente. Y que a él, por su coeficiente intelectual le llevaría toda la vida, aunque le metan a martillazos en la cabeza los cuatro tomos de Grau y todas las partidas de Fischer, Karpov y Kasparov.
Lo que, por vía de este dislate posible, representaría, siquiera sea transitoriamente, la salvación para el resto de la humanidad.
Gracias, ajedrez, por el vivo servicio a tanto humano suelto como el que esto firma.
Juan Antonio Castro Torres MI (ICCF), Periodista y Escritor.
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