Antes de la invención de la imprenta, las ilustraciones de los tratados de ajedrez eran por lo general de alto valor artístico. Se conservan fragmentos muy hermosos de un manual escrito en Persia, tal vez hace 1000 años, y son dignas de admiración también las miniaturas que enriquecen al famoso libro de los juegos, del rey Alfonso el Sabio de España.
A partir de la edad media, cuando el ajedrez se hace prestigioso en las cortes cristianas europeas, los cuadros que registran partidas comienzan a ser comunes en los castillos y palacios. Un grabado que data del tiempo de las Cruzadas, está compuesto por dos caballeros que juegan, mientras que un tercero, un paje y un caballo, los contemplan. Al fondo, se ve una tienda de campaña y la obra sugiere una pausa en la batalla.
En un manuscrito del siglo XV, titulado “Las tres edades del hombre” y atribuido a Etienne Porchier, hay una escena ubicada en un salón del Palacio de Plessis-les-Tours, Francia, una construcción de estilo gótico, con sus delgadas columnas y amplias vidrieras minuciosamente dibujadas. En el centro de la estancia, el rey Luis XI juega una partida de ajedrez con un cortesano, rodeado por otros cuatro. El efecto plástico se ve reforzado por el piso del salón, cuadriculado como un tablero.
De concepción similar es una pintura flamenca de la misma época, que ofrece sin embargo una curiosa particularidad: El foco del cuadro es una noble dama, ricamente vestida, que da la impresión de estar dando jaque mate a su adversario, a juzgar por su expresión de triunfo y por la mirada contrita del caballero que la enfrenta y de los que miran la partida. Otro detalle es que el tablero es de ocho por cuatro, con una casilla negra a la derecha, lo que permite suponer que el pintor poco sabía de ajedrez.
Otro caso en que la intención simbólica del artista prescinde de la fidelidad a las reglas del juego, es la célebre imagen pintada en la iglesia sueca de Täby, llamada “La muerte juega al ajedrez con el hombre”. Allí, el tablero tiene siete columnas y cinco líneas y las piezas están apenas insinuadas, con una caprichosa distribución. En este cuadro se inspiró el cineasta Ingmar Bergmann para el guión de la película “El séptimo sello”.
En ciertos casos, el pintor ha querido retratar sobre todo la expresión de los jugadores de ajedrez, más que el juego mismo. La concentración y la inmovilidad del ajedrecista, brindan un buen tema para la composición plástica. Un lienzo de Ludovici Caracci, veneciano, de fines del siglo XVI, logra un fuerte impacto al colocar toda la luz en el rostro de los jugadores, que visten en cambio trajes oscuros. Y, para acentuar el enfrascamiento de los personajes, un pequeño perro, de espaldas al tablero, mira con curiosidad al espectador.
El ajedrez como medio de sobrellevar la adversidad figura en el lienzo de Serra, titulado “Aníbal Bentivoglio en la cárcel”. El príncipe de Bolonia medita profundamente delante del tablero, en la penumbra de su celda y rodeado de otros prisioneros que duermen. La expresión del noble personaje trasunta no sólo el esfuerzo por descifrar la posición de las piezas, sino tal vez una reflexión más filosófica, acerca del poder y de la gloria de este mundo.
William Oring es el creador de otra espléndido cuadro, que se llama “Fuera de servicio”. Muestra a dos recios marineros jugando al ajedrez, mientras un tercero interviene para indicar una variante y dos más observan en silencio. Lo notable de la composición es el agudo contraste entre la rudeza de los hombres, musculosos, barbudos y tatuados, y la delicadeza y fragilidad de las piezas, que parecen todavía más pequeñas junto a las enormes manos de los marineros. La escena da a entender que, en una pausa de su dura faena, incluso aquellos seres en apariencia torpes son capaces de entregarse a las sutilezas del juego de ajedrez, paradigma del entretenimiento intelectual.
El tablero y los trebejos siguen presentes en la pintura moderna, y genios como Juan Gris y Kandinsky se han valido de ellos para algunas de sus más revolucionarias propuestas.
El ajedrez es un nexo cognitivo común, un lugar donde el arte y la ciencia se reúnen.Esta obra de vital importancia es de líneas radiales en la que las formas se reducen al cuadrado, círculo y triangulo. Además la fuerza del cuadro la tiene el haz de las siete líneas rectas que acuden hacia el centro.
Se debe admitir, que solo un experto en pintura surrealista llega a entender en su totalidad la pintura “Teoría de ajedrez”.
En la historia del ajedrez, hay solamente un jugador destacado que fue, al mismo tiempo, un artista de primera línea en otra rama de la creación. Se trata del pintor francés Marcel Duchamp, de quien nos ocuparemos en nuestra próxima entrega.
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