Hoy comienzo una serie de artículos sobre la historia del ajedrez. Si bien hay mucha literatura sobre el tema, estimo oportuno refrescar algunas cuestiones, en especial para quienes recién se inician y necesitan una cultura ajedrecística. general para su progreso.
Sabemos que las leyendas sobre el origen del ajedrez coinciden en señalar a la India como la cuna del juego. Las investigaciones históricas, por su parte, llegaron a la misma conclusión y hoy puede considerarse probado que, hace unos mil quinientos años, el juego llamado “chaturanga” adquiría en la India sus características propias y se convertía, por tanto, en la forma primitiva del ajedrez moderno.
Es cierto que los juegos de tablero existen desde la más remota antigüedad, y se han encontrado testimonios de que, dos o tres mil años antes de Cristo, los egipcios ya jugaban a las damas y los chinos, al go. Pero en estos juegos las piezas eran todas iguales y tenían un movimiento uniforme, de modo que las reglas se limitaban a establecer combinaciones posibles de tales movimientos y era indistinto ejecutarlos con una u otra pieza. Se desconoce en qué momento del desarrollo de la cultura oriental surgió la idea de dotar a cada pieza de una forma y un significado diverso y de un movimiento particular, pero es seguro que de allí derivó la diferenciación que constituye la principal superioridad del ajedrez sobre los otros juegos de tablero conocidos.
La primera referencia al chaturanga aparece en un relato que data de fines del siglo sexto o principios del siglo séptimo de la era cristiana., titulado “Vasavadatta” y atribuido al escritor Subandu.
Una detallada descripción del juego se encuentra en obras posteriores de la literatura india, todas escritas en idioma sanscrito, tales como el poema épico “Haravijaya” compuesto por Ratnakara, o los versos del libro denominado “Kavyalankara”, cuyo autor fue el poeta Rudrata.
La palabra “chaturanga” significa literalmente “formado por cuatro partes” y alude, según todas las evidencias, a las cuatro divisiones o fuerzas que integraban los ejércitos indios en la organización militar de aquella época. En efecto, las piezas del ajedrez primitivo eran los elefantes, los caballos, los carros de asalto y los soldados, pieza más débil, exactamente al revés de lo que ocurre con la reina moderna: El consejero del monarca apenas podía moverse una casilla por vez y únicamente en diagonal.
Ganaba la partida, como ahora, el jugador que daba mate al rey adversario, pero también, el que despojaba al monarca rival de todas las piezas. En este último caso era necesario evitar que el rey solitario quedara en posición de ahogado, porque en el chaturanga también ganaba el bando cuyo rey sin estar en jaque, carecía de todo movimiento posible. Esto significa que la partida siempre se definía a favor de uno u otro bando; no había empate posible.
El chaturanga era un juego lento y resultaría tedioso para un ajedrecista contemporáneo. Pero, en la época de la creación, revolucionó a quienes estaban acostumbrados a la simplicidad del juego de damas, desplazando a este muy pronto en la preferencia de los aficionados. Una prueba de la complejidad del chaturanga es que algunos jugadores, acaso incapaces de elaborar racionalmente una estrategia, confiaban sus movimientos al azar, utilizando dados. Esta variante espuria se denominaba “nard” y no alcanzó a difundirse demasiado.
De la India , el chaturanga pasó primeramente a la antigua Persia, donde muy pronto también se hizo popular. Pero eso será motivo de nuestra próxima entrada.
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