Los vikingos, marinos y conquistadores escandinavos que -en los siglos XI y XII- recorrieron toda Europa, fueron quienes introdujeron el ajedrez en diversas naciones.
La literatura de los países nórdicos es muy rica en leyendas que, por regla general, parten de hechos históricos; son las famosas “sagas”, ciclos de poemas épicos que abundan en referencia al ajedrez.
Algunas son particularmente terribles, como la que cuenta un episodio cuyos protagonistas fueron Knut el Grande rey de Dinamarca y de Inglaterra, yLos vikingos, grandes propaadores del ajedrez el conde Ulf, un noble que gozaba de gran prestigio personal. En el transcurso de una recepción que Ulf ofreció al monarca en la ciudad de Roskilde, que era en ese tiempo la capital de Dinamarca, ambos se enfrascaron en una partida de ajedrez. En cierto momento el rey se equivocó y dejó un caballo indefenso, que su rival, naturalmente, capturó. El soberano pretendió volver la jugada; entonces, el conde se enfureció, barrió el tablero de un manotón, y cruzó con el rey algunas frases hirientes. Knut el Grande no pudo soportar la humillación y, esa misma noche, mandó a asesinar a Ulf. El crimen es real, y según los anales se cometió el 29 de setiembre del año 1027, aunque los historiadores estiman que el rey ya había premeditado deshacerse de Ulf, cuyo creciente poder constituía una amenaza para el gobierno.
En muchas otras leyendas aparecen situaciones similares. Y es digno de ser señalado que la pésima costumbre de volver jugadas erróneas, común entre los aficionados, suele ser todavía hoy motivo de acaloradas discusiones.
Uno de los lugares a donde el ajedrez fue llevado por los vikingos y donde se arraigó profundamente, es la remota Islandia, la “tierra del hielo”, la misma donde mil años después se jugó el match Spassky-Fischer, la patria del ex presidente de la Federación Internacional, Frydrik Olaffsson. Testimonio inapelable de la antigua pasión de los islandeses por nuestro juego, son las piezas halladas accidentalmente por un labrador en la isla de Lewis. Se calcula que datan del siglo XII y están finamente labradas en colmillos de morsa, una especie de foca que abunda en aquellas latitudes.
El Rey mide casi diez centímetros de alto y está representado como una figura de expresión grave, con una espada desnuda en su diestra; aparece sentado en el trono, en cuya base está delineado un dragón con alas. La Reina es ya una figura claramente femenina y sostiene en una de sus manos un cuerno, que en esa época se usaba como vaso para servir el vino. También los Alfiles están ya caracterizados como Obispos, en la posición de bendecir y apoyados en un báculo. Los caballos son guerreros montados y esgrimen una lanza en la mano derecha, llevando un escudo sujeto al otro brazo. Como se advierte todas estas piezas tienen ya su apariencia y significación moderna, cosa que no ocurre con las Torres: En efecto, como la palabra árabe “ruj”, que designaba a los “carros de asalto” del ajedrez primitivo, era incomprensible para un europeo, la forma de esta pieza fue bastante variable, antes de cristalizar en la que hoy conocemos. En el antiguo juego islandés, el equivalente a la torre es un gran guerrero de a pie, que porta escudo y sable. Posiblemente por ese motivo, los verdaderos infantes, es decir los peones, consisten simplemente en pequeñas pirámides, de unos cinco centímetros de alto y son las únicas piezas estilizadas.
Los vikingos reinaron en Inglaterra y Escocia en los primeros años del siglo XI e implantaron también allí el ajedrez. Antes lo habían hecho en el norte de Francia, al asentarse en Normandía. La importancia que adquirió el juego en Inglaterra se hace patente en un antiguo códice que enumera los derechos y obligaciones del rey: Junto a su deber de impartir justicia los sábados y de legislar los lunes, tenía que dedicar los jueves a jugar al ajedrez.
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