El juego de ajedrez tiene una indudable jerarquía científica y también puede ser asimilado a un arte. Pero sigue siendo un juego y, en la práctica competitiva, existe una natural rivalidad entre ambas jugadores. Cada uno de ellos aspira a ganar la partida y esta ambición de triunfo da lugar, a veces, a actitudes reñidas con la ética.
Se trata de una debilidad humana, que no desmerece al ajedrez. Y, si tenemos sentido del humor, hasta puede resultarnos graciosa cierta picaresca, lo que no significa dejar de condenar las actitudes desleales.
Ya en el siglo XVI, por ejemplo, el español, Ruy López de Segura, virtual campeón del mundo, sugería algunas pequeñas trampas. Por ejemplo, hacer sentar al adversario de frente al sol, o alguna otra fuente de luz interna, cosa que resulta, como es obvio, muy molesta. Señalamos que Ruy López era sacerdote católico, pero en la época del Renacimiento.
Antes de inventarse los relojes de ajedrez, no había límite alguno para meditar cada jugada. Algunos maestros, cuando estaban en posición perdida, se quedaban entonces horas y horas frente al tablero, aparentando buscar el mejor movimiento. Y muchas veces, conseguían exasperar al rival e incluso, hacerlo abandonar una partida ganada. Este truco fue muy usado por maestros de primera línea, como el alemán Ludwing Paulsen.
Hay otras maniobras menos sutiles, a veces rayanas con la grosería. Una de las más comunes, es expirar el humo del cigarrillo sobre el tablero, sobre todo, cuando el adversario es alérgico al tabaco. Este recurso puede ser decisivo si, en vez de un cigarrillo, se fuma un maloliente cigarro de hoja. Para corregir esta falta de respeto, el reglamento castiga cualquier forma de molestia al rival, y el árbitro puede incluso quitarle el punto al infractor.
Como el jugador de ajedrez es, por regla general, una persona ingeniosa, ha concebido mil maneras de hacer trampas eludiendo el castigo reglamentario. Un gran maestro argentino, cuando estaba muy apremiado por el tiempo solía pedir un vaso de leche. Y, simulando un accidente, lo derramaba sobre el tablero, ocasionando un escándalo que obligaba a detener los relojes, reconstruir la posición, pasar en limpio las planillas, etc. Nuestro pícaro maestro aprovechaba todo este tiempo para analizar el juego; pero al advertir que estos accidentes se reiteraban, las autoridades de los torneos adoptaron los recaudos necesarios.
El desarrollo de la teoría ajedrecística, ha permitido la aparición de una forma exquisita de engaño, que escapa de toda penalidad reglamentaria. Consiste en publicar análisis de algunas líneas de juego, aconsejando determinados movimientos, pero conservando en secreto su refutación. Cuando un confiado maestro sigue las recomendaciones del autor del libro, jugando precisamente contra él, recibe una desagradable sorpresa. Un caso famoso es el de Victro Korchnoi, en una variante del gambito de rey: el yugoslavo Albin Planinc, en un torneo disputado en Moscú, jugó de acuerdo con los estudios del maestro soviético, y éste lo venció en apenas 20 movimientos.
Esta experiencia muestra que siempre es útil someter a la crítica propia, las opiniones ajenas. No solamente en ajedrez, sino también en todos los órdenes de la vida.
Planic -Korchnoi
1. e4 e5 2. f4 exf4 3. Nf3 g5 4. h4 g4 5. Ne5 d6 6. Nxg4 Nf6 7. Nf2 Rg8 8. d4 Bh6 9. Nc3 Qe7 10. Nd3 Bg4 11. Be2 Bxe2 12. Qxe2 Nc6 13. Bxf4 Nxd4 14. Qf2 Nxe4 15. Nxe4 Qxe4+ 16. Kd1 -O-O 17. Bxh6 Rxg2 18. Qf1 Nxc2 19. Rc1 Qg4+ 0-1
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