“Sabemos que la complacencia es un enemigo peligroso”. Así comienza Garry Kasparov el capítulo 14 de su hermoso libro “Cómo la vida imita al ajedrez” y seguidamente cuenta una anécdota que sirve para ilustrar este tema de manera contundente.
Dice “El águila de Bakú”: “El 9 de noviembre de 1985 conseguí el objetivo que había perseguido durante toda mi vida, al convertirme en el campeón del mundo de ajedrez (si tiene sentido hablar de objetivos de toda una vida a los veintidós años). Las palabras que Rona Petrosian, esposa del anterior campeón mundial, pronunció durante la celebración me dejaron perplejo. ´Lo siento por ti –dijo-. El día más importante de tu vida ha acabado´. ¡Menudo comentario para una fiesta de celebración! Pero recordé aquellas palabras con frecuencia los años siguientes”.
Cuenta después la batalla constante durante los siguientes 15 años por mantenerse en la cima, y reconoce que siempre supo de la importancia de la psicología en ajedrez, “pero me costo la pérdida del título comprender hasta que punto” afirma al repasar su match con Vladimir Kramnik.
Al saberse tan superior a sus rivales durante esos años, Kasparov reconoce que ese fue “un peso”. “Vencer crea la ilusión de que todo es perfecto. Es muy fuerte la tentación de pensar solo en el resultado positivo, sin considerar el resto de las cosas que no funcionan, o que podían no haber funcionado, durante el proceso”, reflexiona el ex cmapeón dle mundo de ajedrez.
Indica que tenemos que cuestionar el “status quo” siempre, “especialmente cuando las cosas van bien. Cuando algo va mal, obviamente deseamos hacerlo mejor la próxima vez, pero debemos prepararnos para desear mejorar aunque las cosas nos vayan bien. En caso contrario, nos estancaremos y a la larga seremos derrotados”. Sabias palabras para no dejarlas pasar por alto.
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