lunes, 26 de marzo de 2012

Enorme prestigio de los maestros de ajedrez árabes

Sabemos ya que el ajedrez surgió en el siglo sexto, en la India, conde recibió el nombre de “chaturanga”, que pronto fue llevado a la antigua Persia, siendo denominado allí “chatrang”; y que, cuando el islamismo inicia su conquista del mundo conocido entre los años 650 y 800, los árabes adoptan el juego, lo rebautizan “shatranj” y lo estudian sistematicamente, convirtiéndolo en juego-ciencia.
De ahí en más, y por espacio de siete siglos, el ajedrez, permanecerá estrechamente ligado a la historia de la nación árabe y al crecimiento y posterior decadencia del imperio musulmán. Todavía a fines del siglo XV y principios del XVI, cuando ya el poderío moro se desvanece tras la caída de Granada en manos de los Reyes Católicos, algunos maestros árabes gozaban de enorme prestigio como eximios ajedrecistas. Mencionaremos sólo a dos.
Uno de ellos fue el célebre Aladino, a quien sus contemporáneos llamaron “Ali Shatranyi”, es decir, Alí el ajedrecista. Miembro de la corte del emperador mongol Timur, se sabe que jugaba varias partidas simultáneas a ciegas, con asombrosa habilidad, y ha dejado un bello manuscrito que contiene numerosos problemas de su invención. En el prólogo a esta obra, Aladino, expresa con encantadora modestia: “He puesto mi vida, desde que tenía quince años, entre los grandes maestros del ajedrez de mi tiempo, y desde esa época hasta ahora, en que he llegado a la madurez, he recorrido el mundo enterio y me he encontrado allí con muchos maestros de este arte, y he jugado con todos ellos, y gracias al favor del Altísimo, he salido siempre victoriosos”.-
El último de los grandes ajedrecista teóricos árabes fue Muhámad Sukáikar. También jugaba a ciegas y se cuenta que, en cierta ocasión, lo hizo contra el sultán Suláiman, en Estambul. Durante la partida, cambiando de lugar una pieza cuando le tocaba jugar a su rival. Al advertirlo, Sukáibar dijo “Bien. Ya que es el sultán quien me ha hecho esto, no tengo más remedio que aceptar la situación y seguir jugando lo mejor posible; pero, si mi adversario hubiera sido cualquier otro, yo habría acudido al sultán en demanda de justicia”.
Pero nos hemos adelantado mucho. Estamos en el siglo ocho, cuando los árabes invaden a Europa y llevan consigo el Shatranj, un juego todavía jóven y en el plena etapa de formación.
Como hemos vistos en notas anteriores, el Chaturanga indio, penetró a Rusia casi simultáneamente que a Persia. Pero esta limitada expansión posiblemente hubiera acabado con el juego, de no mediar la feliz circunstancia de su difusión en Europa Occidental, donde el ajedrez encontró mentes capaces de perfeccionar las reglas y hacer progresar al juego, dotándolo de la agilidad y el inagotable interés que adquiriría con el correr de los siglos.
Los árabes eran un pueblo guerrero y su religión les mandaba conquistar a los infieles y llevarles la palabra santa del Corán. Ya en siglo ocho, los califas están instalados en Granada, Córdoba y Sevilla, donde gobiernan sabiamente, realizan obras arquitectónicas que todavía hoy podemos admirar, como la Alhambra, y  convierten a España en el gran centro cultural de su tiempo. Un gran escritor ibérico, Vicente Blasco Ibáñez, ha dicho en su memorable novela “La Catedral”: “Era una expedición civilizadora más bien que una conquista (...) aquella cultura jóven y vigorosa, de rápido y asombroso crecimiento, que vencía apenas acababa de nacer; una civilización creada por el entusiasmo religioso del Profeta, que se había asimilado lo mejor del judaísmo y la cultura bizantina, llevando además consigo la gran tradición india, los restos de Persia y mucho de la misteriosa China. Era el Oriente que encontraba en Europa.-”
El Oriente, agregamos nosotros, traía la numeración decimal, el álgebra, la filosofía griega, la medicina, la química, la cosmología, la poesía rimada. Y traía también, el juego del ajedrez.
 

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