lunes, 9 de mayo de 2011

Para acabar con el ajedrez. Correspondencia

A partir de hoy y durante los próximos días reproduciré en capítulos esta desopilante historia relatada por el talentoso Woody Allen. Posiblemente algunos ya la conozcan, pero yo ya la releí como 10 veces y no paro de asombrarme. Sin más, no se la pierdan. 


Mi querido Vardebedian:  
Hoy tuve el gran disgusto, al revisar mi correspondencia de esta mañana, de enterarme que mi carta del 16 de setiembre, que contenía mi vigésimo segundo movimiento (caballo cuatro rey), me había sido devuelta debido a un pequeño error en el sobre -precisamente, la omisión de su nombre y residencia (¿Cuán freudiano puede uno llegar ser?), amén de olvidarme del sello. Nadie ignora que últimamente he estado un tanto desconcertado debido a una irregularidad en la Bolsa y, pese a que ese día, 16 de setiembre, la culminación de una prolongada caída en espiral hizo volar las acciones de Antimateria Amalgamada de la tabla de valorizaciones y redujo de un solo golpe a mi agente de seguros a una auténtica piltrafa, no tengo excusas para mi negligencia y monumental ineptitud. Metí la pata. Perdóneme. El hecho de que usted no se percatara que faltaba una carta indica un cierto despiste de su parte, que yo, por la mía, atribuyo a su impaciencia, pero Dios sabe que todos cometemos errores. Así es la vida. Y el ajedrez.
Pues bien, aclarado el error, debo hacer una pequeña rectificación. Si usted tuviera la amabilidad de transferir mi caballo al cuarto escaque de su rey, pienso que podremos seguir adelante con nuestro pequeño juego de modo más exacto.
El anuncio de jaque mate que usted hiciera en su carta de hoy, creo que es, con toda honestidad, una falsa alarma, y, si usted reexamina las posiciones a la luz del descubrimiento de esta mañana, se dará cuenta de que su rey es el que está próximo al mate, expuesto y sin defensas, un blanco inmóvil para mis alfiles depredadores. ¡Irónicas son las vicisitudes de esta pequeña guerra! El destino, enmascarado en oficinas de correspondencia extraviada, crece omnipotente y -voilá!- la suerte ha dado una voltereta. Una vez más, le ruego que acepte mis más sinceras excusas por este infortunado descuido y quedo, ansioso, a la espera de su propio movimiento.
Le adjunto mi cuadragésimo quinto movimiento: mi caballo come su reina.
Atentamente, Gossage.

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